UNA CARTA DE AMOR A VALPARAÍSO
- Vanessa Caldas
- 11 de jun.
- 4 min de leitura
Atualizado: 15 de jun.
En ti encontré un hogar, encontré el amor, encontré la aventura y también me encontré a mí. Eres mucho más que una joya, eres el tesoro completo.
Cuando supe que pasaría la Nochevieja en Chile, busqué un buen lugar y di con Valparaíso en mi investigación. Pocas veces he escuchado mi intuición con tanta claridad. “Algo grande te espera allí”.
Eso fue lo que sentí, intuición, pero camuflé la sensación con la idea de que era una de las Nocheviejas más famosas del mundo. ¡Los fuegos artificiales duran más que Copacabana! ¿Sabias? Esa era mi propaganda, pero no tenía ni idea de qué iba a pasar más allá. Solo sabía que en la vida hay que hacer lo que nos dice la intuición, sin cuestionarnos mucho. Mi problema siempre ha sido cuestionarme demasiado, pero esta vez no fue así.
El plan era pasar siete días allí y ¡el primer día ya estaba maravillada! Hice amigos, me reí un montón, di besos en la boca, bebí, fumé e incluso vi la prueba de fuegos artificiales. ¡Fue una bienvenida inolvidable! A partir de entonces, todo se centró en explorar los cerros de la ciudad, apreciar los paisajes y dejarme encantar por los coloridos caminos que me llevaron al puerto, donde hice más amigos y gané un paseo en lancha para ver la bahía de Valparaíso desde otra perspectiva.
Fue una de las imágenes más encantadoras de mi vida: apreciar ese hermoso paisaje mientras me mecían las olas del Pacífico, escuchar historias sobre la ciudad y ver lobos marinos. Es imposible no enamorarse; creo que hasta el corazón más duro se habría ablandado allí. Al final, recibí otra invitación, esta vez para pasar la Nochevieja viendo los fuegos artificiales en alta mar. Acepté y fue uno de los mejores momentos de mi vida. Así es como lo sabemos que vale la pena escuchar la intuición...
Valparaíso es llamada la Joya del Pacífico. Fue allí donde descubrí este océano, que era nuevo para mí. Desde las travesías de mis antepasados, que vinieron de otros continentes, hasta mis propios caminos de norte a sur de América, el Océano Atlántico siempre ha sido lo que conecta todo, pero ahora me encontraba en las arenas de un desconocido.
En la naturaleza, cuando los océanos se encuentran, no se mezclan. Vinieron por caminos diferentes, atravesaron mundos diferentes. La densidad, la salinidad, nada es igual excepto por el hecho de que son agua. Los océanos tardan en mezclarse, en comprenderse, en convertirse en algo nuevo o simplemente en la continuación de lo que eran antes...
Un océano que llamamos pacífico, pero que provoca señales de tsunami por todas partes, rutas de escape y alertas de emergencia en los celulares. ¿Cómo puede algo llamado paz contener tanto peligro? Hay murallas, puertos y edificios destruidos a lo largo de la costa, conformando un paisaje que mezcla arquitectura antigua y moderna, restos, el océano y muchos barcos. Algunos naufragaron. Pacífico... Sé que este océano ha tenido otros nombres, y ciertamente no se parecían en nada a este.
Miré las señales y sentí mariposas en el estómago. Si algo me pasa aquí... Sola en un país extranjero donde hablo muy mal el idioma y casi no tengo dinero para vivir un mes, ahora tengo que preocuparme por un tsunami...
Mi nueva realidad era despertar cada día sin saber si lo que me iba a invadir era un océano de emociones o un océano de verdad, así que aprendí a encontrar algún nuevo detalle del cual enamorarme en cada rincón que visitaba, apreciando y guardando con fuerza todos los recuerdos.
Cada atardecer me dejaba sin aliento y me devolvía un poco de la esperanza perdida en tiempos pasados. Música por todas partes, un escenario montado en el centro de la ciudad con espectáculos gratuitos, buenas playas, bebidas baratas, mucho pescado, muchas gaviotas y gente con ganas de fiesta. Y para colmo, tuve un romance de verano con un guía turístico que me llevó a varios lugares... Si había alguna duda, la diré aquí: ¡Me sentí como en casa!
A un lado de la bahía se encuentra la playa ancha, que en realidad comienza con una muy pequeña. Al otro lado, en Viña del Mar, como al fondo de cualquier foto o dibujo de Valparaíso, encuentras las excéntricas montañas de arena. Las famosas Dunas de Concón.
Arena, parece ensuciarte, mientras te limpia... Esta arena era tan mágica que tuve que traer un poco a casa. Dicen: “D. Pedro II recorría las calles de París en su exilio siempre con una bolsa de terciopelo en el bolsillo con un poco de arena de la playa de Copacabana. Fue enterrado con ella...”. Eso es lo que dirán de mí y de mi pequeña bolsa de arena de las Dunas de Concón.
Un enorme mar de arena intacto por el tiempo y, curiosamente, también por los vientos. Vientos fuertes que casi nos derriban en la empinada y alocada subida a la cima...
Cada vez que un grito: «¡Sostén mi mochila!» – Espera, me voy a quitar las zapatillas... Tropecé por aquí, resbalé por allá y, unos minutos después, estaba en la cima del mundo.
Donde el tiempo parece congelarse y donde las gaviotas extienden sus alas y se dejan llevar por el viento, sin ninguna preocupación. Allí yo también volé.
Y luego continué mi viaje...







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