PAPEL
- Vanessa Caldas
- 25 de jun.
- 4 min de leitura
Atualizado: 6 de jul.

Crucé un mar de fuego para llegar aquí. La canción decía... ¿Recuerdas tu vida antes de esto?, él me preguntó. Sí, dije. Lo recuerdo.
Recuerdo bien la incomodidad, la sensación de no pertenecer a este mundo y pensar que me trajeron aquí por error. Recuerdo el dolor constante. Era doloroso existir. Era doloroso sonreír. Sí, recuerdo todas las veces que sentí que una parte de mi alma se desmoronaba, poco a poco, hasta que pensé que no quedaría nada de mí. Pero entre un entumecimiento y otro, entre una distracción y otra, seguí mi camino, hasta que tuve algo mejor que recordar además de la tristeza. En algún momento, esa masa de malos sentimientos que le daba un significado extraño a lo que era, se convirtió en solo una breve descripción de lo que ya no soy. Pero no, nunca olvidé cómo empezó todo y todavía lloro cada vez que me detengo a pensar en lo que pasé para llegar aquí.
Mi primera clase de filosofía fue una entrevista con Caetano Veloso, donde dijo: “Lo que llevamos de esta vida, es la vida que llevamos”.
Recuerdo que mucha gente se burlaba de esta frase, pero es una de las mejores lecciones que he aprendido y se ha convertido en una especie de mantra.
No borrar las ideas que tengo, no dejar que el olvido me domine.
Descubrí que el peor mal que existe es la pérdida de memoria. Si pierdes un ojo, aún puedes ver; si pierdes un pulmón, aún puedes respirar; pero si pierdes parte de la memoria, una parte de ti deja de existir aquí mismo, en este mundo, mientras aún estás en él. Esfuérzate siempre por recordar. Desde las tonterías que creías en tu juventud hasta los peores males que te han sucedido. No te permitas olvidar. Hay una gran diferencia entre reprimir y olvidar. No te digo que pases cada día recordando el momento en que perdiste a quien podría haber sido “el amor de tu vida”. Hay cosas que no merecen ser recordadas, algunas emociones que no merecen ser vividas más de una vez, pero fueron necesarias para que te convirtieras en quien eres hoy. Sigue viviendo, escribiendo y pasando las páginas de la vida, pero de vez en cuando, revísalo todo. Detente y observa las marcas dejadas en ese libro tuyo.
Escucha lo que tu corazón tiene que decir sobre todo lo que has vivido. Ciertas lecciones solo aparecen cuando hacemos esto, y ciertos traumas pierden su grandeza cuando nos damos cuenta de que caben en unos pocos capítulos, pero que la historia completa es mucho más grande. Valora esto, valora tu historia, por triste e incómoda que sea. Tu camino es el tesoro que te llevas de esta vida al morir, eso decía Caetano. Lo que nos llevamos de esta vida es la vida que llevamos, los sueños que alcanzamos, las batallas que libramos, el dolor, la tragedia, pero también el amor y el encanto. La belleza que solo nuestros ojos son capaces de ver, las sensaciones que solo nuestro cuerpo puede registrar. Eso es lo que nos llevamos.
Al igual que algunos budistas, creo que al morir, nos evaporamos y regresamos a la gran red u océano que todo lo conecta. Nos disipamos en partículas de recuerdos y emociones, y estas partículas y emociones son las que nos siguen en nuestra existencia. Son la mayor prueba de que estuvimos aquí. Todo lo que sentimos, todo lo que vivimos.
Por eso prefiero escribir en papel en lugar de solo en la computadora. Aunque las teclas de la máquina de escribir sean más duras o mi letra sea fea con bolígrafo. Quiero plasmar lo que siento, lo que veo. Comprender el mundo siempre me ha parecido algo físico, incluso científico. Creo en lo que aprendo, y mi aprendizaje nunca ha llegado en forma de download. Ahora imagina: el dinero, lo que los humanos más valoramos, se ha vuelto algo completamente virtual. No hay espacio con el tesoro multimillonario de Elon Musk y un dragón de guardia. Son solo datos en una nube. Debemos recordarlo siempre: solo hace falta que nazca alguien más inteligente, capaz de borrarlo todo, todos los datos del planeta, y listo, la revolución ha comenzado.
Dedos manchados de tinta, olor a aceite de engranaje, el sonido de las teclas o incluso los garabatos que dañan la página. Hay algo muy real en escribir, en registrar. Hoy escuché a un bloguero decir que el presidente estadounidense ha retirado la financiación de todas las bibliotecas y quiere revisar los libros. No, no estoy transcribiendo un párrafo de George Orwell. Todo lo que publicamos en internet le pertenece, y ahora también le pertenece a la inteligencia artificial. Nos guste o no, todo lo que escribimos, fotografiamos, filmamos y decimos puede ser modificado por esta entidad capaz de crear la percepción de un mundo completamente idéntico al nuestro y, sin embargo, completamente inexistente, falso y engañoso. Mi pregunta es: ¿Qué probará la vida real?
Los originales de todo lo que sucedió, se vivió, se sintió y se respiró están en la memoria y cuando muramos, todo estará ahí. Bueno, mientras tanto, necesitamos más registros aquí antes de que todo se convierta en una gran mentira colectiva y nos cueste recordar las cosas. No hay ginko-biloba que pueda salvar nuestros recuerdos corrompidos por la internet. Necesitamos más papel porque la red del universo no se puede falsificar, pero la red de las redes sociales sí.
Las librerías no pueden cerrar, las cámaras analógicas no pueden morir. Los artistas que dibujan de verdad están grabando el mundo y no creando una copia imperfecta. Platón se equivocó: creía que este mundo era una copia imperfecta; imagina lo que diría si viera los dibujos de la IA. No hacemos copias, no somos copias, somos registros.
Lo que experimenté lo sentí físicamente. Siento que puedo sostener lo que aprendí, lo que llevo conmigo, ¿no la sientes? ¿Un peso de la vida?
Bueno, entonces lo trato como un premio. Lo levanto y doy las gracias por un momento. Luego sigo escribiendo, en el papel…...


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